Solo basta fijarnos en la creación para darnos cuenta y percibir la presencia de Dios entre nosotros. En y con las parábolas descubrimos como actúa Dios en el mundo y como tenemos que servirnos del mundo para percibir y darnos cuenta de su presencia. ¿Es qué no nos damos cuenta del milagro y misterio de la semilla? ¿De dónde viene y quien la ha creado? La sembramos y, sin darnos cuenta crece por su cuenta.
Así lo narra claramente el Evangelio de hoy: En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «El Reino de Dios es como un
hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o
de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el
fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo
abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le
mete la hoz, porque ha llegado la siega»... - Mc 4,26-34 -
¿Necesitamos leerlo más claro para reaccionar? Posiblemente, la oscuridad en la que nos mete el pecado nos ciega de tal manera que nos nubla y emborrona la mente hasta el punto de no darnos cuenta o de esclavizarnos de forma que no podamos reaccionar. Nuestra voluntad queda sometida por el pecado y a merced del poder del Maligno.
Pidamos auxilio y fortaleza para poder liberarnos del dominio del mal - pecado - y poder vencerlo expulsándolo de nuestro corazón. Jesús, el Hijo de Dios, ha sido enviado para eso, para liberarnos del pecado y, en, con y por Él somos seguros vencedores. Pero, necesita nuestra libertad, que nos ha sido dada gratuitamente, para actuar y vencer al poder del mal - Maligno - y liberarnos de la esclavitud del pecado. No perdamos más tiempo y pongámonos por obra suplicar al Señor, poniéndonos a su disposición, para, con la asistencia y auxilio del Espíritu Santo, salir victoriosos de esta lucha contra el pecado. Amén.