La Cuaresma es un tiempo para volver a lo esencial. Quizás por eso me hacen la cruz al comenzar este tiempo sagrado. Es el beso de Jesús que me recuerda a quien pertenezco, de quién soy. Hacia dónde voy. Besa Él mi pequeñez, mi barro. Y queda la marca de su amor grabada en mi alma para siempre. Me bendice al comenzar los cuarenta días con su cruz de ceniza para que no me olvide que soy caduco. Frágil. Quiere que le mire. Quiere que ponga mi corazón en el suyo. Que entre en la herida de su costado. Que descanse en sus manos llagadas y abiertas. Y camine sobre sus pies descalzos.
Es la Cuaresma un tiempo para detener el tiempo. Para despojarme de tanto peso que carga mi alma apegada profundamente a la tierra. Para salir de mí mismo en un éxodo sagrado al encuentro con Dios y con los hombres. Para entender que mi vida sólo tiene sentido cuando se entrega por amor. Y que sólo amando cobra vida en mí mi carne muerta. Por eso me inclino para recibir la bendición. Y me arrodillo ante Dios para ser abrazado por ese Amor que da sentido a mis pasos. Amén.