Se ha dicho muchas veces que lo importante es la intención y la que define la gravedad o levedad del acto. De modo que, cuando una perdona mata a alguien de forma involuntaria, puede ser absuelta de la gravedad del delito porque no tenía esa intención. Sí podría ser acusada de imprudencia temeraria. Concluimos que es la intención desde lo más profundo del corazón humano la que marca la gravedad del delito.
En estos supuestos casos no podemos aplicar la letra tal cual esta y define. No se puede condenar a alguien que nunca tuvo la intención de causar daño y por imprudencia o ignorancia llega a cometer un grave delito. Tendrá otro tipo de condena que le acuse de imprudencia temeraria.
Pero, puestos este hipotético ejemplo que nos ayude a entender el espíritu de la ley, observamos que hay leyes que se prestan a la demagogia y a confundir. La libertad no consiste en hacer lo que entiendas, creas o, peor, que te convengas. La libertad es la capacidad que tiene una persona para hacer el bien y buscar lo mejor para establecer la justicia y la verdad. Todo lo que se aparte de ahí será lo que sea menos libertad.
No se puede usar la ley para, haciendo demagogia, insultar, faltar al respecto, llamar una cosa con un nombre que no le corresponde, saltarse el protocolo acostumbrado sin respetar a los demás y muchas cosas más que siendo pequeñas si son importantes y pueden matar el honor, el respeto y la convivencia de una persona, de un colectivo o de un país. No se puede defender la libertad para usarla como libertinaje, porque libertad es buscar la verdad y el bien.
En esta tesitura y experimentando nuestra propia limitación, levantamos la mirada Señor y te pedimos que nos ilumines para ser, precisamente lo que pedíamos ayer, sal y luz, para alumbrar a todos aquellos que conviven a nuestro lado, y para los gobernantes, que legislan las leyes que establecen la convivencia entre los pueblos y las naciones. Leyes, Señor, que busquen la verdad, la justicia y la paz. Amén.