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Todos sabemos que la verdad es alegre y descansa en la conciencia, que nos hace sentirnos satisfechos y en paz. Pero, también sabemos que la verdad acarrea en muchas circunstancias problemas y sufrimientos. Sin embargo, eso no es obvio para dejar de sentir alegría y esperanza. El creyente y seguidor de Jesús sabe que el camino es duro y que la cruz hay que cargarla sobre sus hombros, pero, también sabe que al final espera eso que busca, la felicidad eterna.
El camino de la Cruz es un camino ascendente. Es un camino de penurias y sufrimientos, pero su final es de alegría y resurrección. Así fue la Pasión del Señor, y así será también la pasión de cada creyente y seguidor de Jesús. De nada vale reír y cantar en este mundo con una alegría adulterada, falsa y engañosa, que no se sostiene ni es permanente. De nada vale vivir unos días de vinos y rosas si detrás viene el sin sentido, la vergüenza, el deshonor, la mentira y el desastre.
Esa es la esperanza del creyente en Jesús. Su camino, a pesar de los contra tiempos y renuncias, está lleno de alegrías y esperanzas, porque, como el ejemplo que pone Jesús en el Evangelio de hoy, la mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo, también nosotros caminamos esperanzados en el momento de la verdad, donde todo lo sufrido será una inmensa alegría y gozo eterno que dejará los momentos de sufrimientos terrenales en el olvido. Realmente, vale la pena seguir al Señor, porque Él es el verdadero Camino, Verdad y Vida.
Y eso es lo que hoy, junto a tu Madre María, también, por tu Gracia, Madre nuestra, te pedimos, Señor. Junto a ella, Madre de los apóstoles y esposa del Espíritu Santo y Madre de la Iglesia, queremos seguirte sin desfallecer ante las tentaciones y pruebas a que el mundo nos somete, y recibir, por medio de su orientación y guía, los dones del Espíritu Santo, para fortalecidos en ellos combatir los peligros del camino. Amén.