Sucede que en muchas circunstancias y ocasiones de mi vida por este mundo, mis ojos quedan cegados y vendados por las seducciones que este mundo me ofrece y me presenta. Y, mi naturaleza frágil, herida por el pecado, se siente atraída e inclinada a dejarse seducir por tales apetencias que gustan a mi carne. En tales circunstancias, Señor, me siento perdido, débil y vencido.
Llevo mucho tiempo buscándote y tratando de seguirte, y, con el paso del tiempo, descubro que, conocerte y experimentarte, no es solo cosa de tiempo, sino de calidad humana. Necesito descubrir tu presencia dentro de mí y en todos los instantes de mi vida y relación con otros. Porque, quizás sucede que estando tan cerca de Ti y tratando de cumplir tus preceptos, no experimento tu Ternura, tu Bondad y, sobre todo, tu Amor. Recuerdo ahora a aquel hermano mayor de la parábola del Padre Misericordioso - parábola del hijo pródigo - y me experimento muy parecido a él.
La conclusión es que puedo estar mucho tiempo cerca de Ti y no darme cuenta de la presencia del Padre. Es decir, no conocerte a Ti. Por tanto, Señor, abre mis ojos y despierta mi mirada para que pueda sentirte y conocerte hasta el punto de descubrir la presencia del Padre en tu presencia dentro de mí. Y, sobre todo, enséñame ese Camino, Verdad y Vida que me lleva a la Casa del Padre. Amén.