Ocurre con mucha frecuencia, vivimos sin saber bien a donde vamos. Es fácil no darse cuenta, pues la misma inercia de la propia vida te lo impide ver. Vives preocupado o entretenido en tu propia subsistencia. Te levantas, aseo, desayuno, noticias, preocupaciones laborales, colegio de los niños, corre para aquí o para allá. Llega el medio día, recoger a los niños, almuerzo, siesta si se puede y...vuelta a lo mismo. Los días se van rápidos y si no te preocupas no te dejan ni pensar.
Pararte y pensar, ¿a dónde me dirijo? ¿Dónde va a terminar mi vida? A parte de los compromisos que has ido adquiriendo, familia, hijos, económicos...etc, que otros compromisos me planteo para darle sentido a mi vida. Porque, ¿una vida sin sentido a dónde me lleva? Son preguntas que duermen dentro de nuestro corazón y que, quizás, no las despertamos porque nos da miedo. Decidimos seguir dejándonos llevar por el viento que sopla el mundo y terminaremos mal. Porque, dejamos nuestra verdadera sal y luz en el camino y perdemos el gusto y la luz para ver el camino.
Necesitamos reorientar nuestra vida y ver con claridad -luz- donde vamos a terminar. Aquí, en este mundo, todo está sentenciado. Nuestra vida tiene unas etapas, un recorrido y un final. Y ese final estará lleno de alegrías o tristezas. Pero, con una gran diferencia, que si son tristezas, serán para siempre, es decir, eternas. Y si son alegrías, serán también para siempre. ¿Qué eliges?
Sería bueno saber bien el camino que tomamos y saber discernir que nos conviene más. Ese reorientarnos nos ayudará a encontrar el verdadero sabor y gusto a la vida, y a vislumbrar bien la luz que nos debe acompañar para verlo claramente. Pidamos al Espíritu Santo que nos despierte el verdadero sabor y gusto que guardamos en nuestros corazones y que nos encienda esa llama de amor y de luz que alumbre nuestro camino, y el de quienes nos acompañan, hacia la única y verdadera meta de nuestras vidas. Amén.