No me asustan las dudas, Señor, porque sé que mi capacidad no puede alcanzarte ni entenderte. Si así fuera mi desilusionaría, porque sería un dios entendible, capaz de comprender. Y eso significaría que no serías dios. Mi sentido común me dice que Tú tienes que ser un Dios Grande, Inmenso, Poderoso y Creador. Un Dios capaz de crear todo lo que mis ojos pueden, de momento, alcanzar a ver. Un Dios que no se puede explicar, y menos entender, porque su Inmensidad es ininteligible e inefable.
Un Dios que está por encima de todo lo que existe, porque la existencia ha salido de Él. Un Dios del que me fío y del que espero la plena felicidad en el otro mundo que Él nos tiene prometido. Tratar de entenderlo es rechazarlo, porque la misión será imposible.
Resultará inexplicable tratar de explicarlo, porque nuestra mente no alcanza para comprender. Por eso, tomar la actitud y postura de los saduceos es cerrarse los ojos a la luz porque no vemos de donde nos viene la luz. Sabemos que es el sol quien nos alumbra, pero, ¿de dónde ha salido?
Hoy, Señor, quiero abandonarme a tu Palabra y creer en tu promesa: ¿No estáis en un error precisamente por esto, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios? Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos.
Danos, Señor, la sabiduría de permanecer en tu Palabra y confiar en que en la medida de que nuestros pasos se dirijan hacia Ti, tu huella de amor se vaya fraguando en nosotros y nos vaya conformando a tu imagen y semejanza para vivir en la esperanza de reafirmarnos en tu Amor y Misericordia. Amén.
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