"Pienso en esa presencia de María que alegra mi alma y sostiene mi espíritu. Me gusta mirarla a los ojos fijamente, intentando sacarle una palabra, como si Ella con su mirada pudiera decirme de golpe todo lo que necesito saber para caminar confiado. Me gusta mirarla en el Evangelio recorriendo sus pasos en la tierra. Me gusta mirarla con esos ojos míos que quieren retenerla dentro de mi alma. Me gusta mirarla en su silencio elocuente. Con la fuerza contenida en sus gestos. Miro a María mirando a Dios. Miro a María mirándome a mí. María regaló la paz que llevaba escondida. La Vida que habitaba en su seno. Y fue gestando hijos a su paso. Fue haciéndose madre en el camino.
Sé que muchas veces pongo el acento en mí y no en ella, en lo que yo puedo, en lo que soy capaz de hacer con los talentos que Dios sembró en mí. Y me he olvidado de que soy sólo un instrumento en sus manos, sólo un pincel. Soy sólo yo en sus manos de Madre. Y Ella dibuja, crea, imagina historias, inventa palabras, construye castillos y sueña en voz alta conmigo. Y yo la miro y grito para que se oiga que amarla vale la pena. Soy su voz, aunque a veces torpemente balbuceo lo que ella dice. Soy su abrazo dado con timidez a quien lo necesita. Soy su esperanza convertida en palabras sencillas que nacen en el alma. Soy yo mismo, pero es Ella. Vigilando mis pasos perdidos y alentando mi lucha por dar la vida. Ella y yo en medio del camino, abriendo caminos".
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