Una oración tiene un condición sine qua non y si esa condición no se cumple no hay oración. O es una oración simulada, apoyada en la apariencia y falsa. Porque, la oración tiene que ser viva, activa y concretarse en la misma vida. Es ese refrán que dice: a Dios rogando y con el mazo dando. Es decir, la oración tiene que injertarse en la vida misma y hacerse vida, es decir, saltar de la palabra a la vida misma.
Y está claro que nuestra vida está muy por debajo de nuestras oraciones. Al menos la mía. Mi vida no va acorde con mis oraciones ni con mis intenciones. Y experimento el dilema tal y como decía san Pablo: hago lo que no quiero y no hago lo que quiero.
Esa es mi lucha de cada día, vivir con más coherencia. Sin embargo, experimento que no me doy plenamente, que guardo tiempo y apetencias para mí y camino confundido y a veces inquieto y desconcertado. Me mantiene la esperanza y la misericordia de Dios.
Por otro lado, pienso que puedo estar exigiéndome más de la cuenta y eso puede ser peligroso y cosa del demonio que nos está siempre importunando. La oración del Padrenuestro me tranquiliza porque tengo un Padre que es Infinitamente bueno y poderoso, y no me dejará, si confío en Él, en manos del príncipe de este mundo. Y quiero santificarlo, y lo hago, aunque sé que nunca estoy a la altura. Y quiero anunciar su Reino es este mundo y, lo intento con las reflexiones, catequesis, libros y tertulias que aprovecho cuando tengo la ocasión.
Y busco pequeños y humildes compromisos en la familia como obedecer todo lo que me piden en el servicio, en ayudar y tratar también de escuchar. Y experimento también que el Espíritu de mi Padre Dios me auxilia y mi guía. Por todo ello, gracias Padre. Ayúdame a rezar cada día mejor, tanto de palabra como con mi vida esa hermosa oración que tu Hijo el Señor, nos ha enseñado con su Palabra y su Vida. Amén.