Se nos mete en la cabeza y por calzador que lo importante es triunfar en este mundo. Y pensamos que todo lo que no sea eso trae consigo el fracaso y la exclusión social. Significa eso que lo que importa en este mundo es el valor de lo material, del poder y la riqueza, o, simplemente, el éxito y el triunfo. Y eso son valores materiales y caducos, porque todo lo material es caduco. Luego, es un valor aparente e irreal. O si queremos llamarlo de otra forma, un valor temporal que vale para hoy, pero no para mañana.
Sin embargo, a pesar de que nos demos cuenta nuestra vista queda ciega y sometida a esa ambición de riqueza y bienes materiales. Es sorprendente que, sabiéndolo no reaccionemos y quedemos como ciegos y a merced de quedar esclavizados a ella. Tan esclavizado que desalojamos a Dios de nuestro corazón para dejarle el centro del mismo al dios de la riqueza y el poder. Es una gran peligro y una gran tentación que Jesús nos lo advierte en el Evangelio de hoy con palabras muy fuertes para que reaccionemos.
¡Cuidado con las riquezas que nos tientan y nos llevan a la perdición! Porque, quien se apega a ellas con la ambición de ganar en este mundo, perderá el otro y la vida eterna. Por eso, es de primera necesidad tomarnos muy en serio este peligro de las riquezas y ponernos en guardia y vigilantes. Pero, nunca solos sino tomados y agarrados fuertemente de la Mano del Espíritu Santo, que nos guía, nos previene, nos da fortaleza y sabiduría para saber discernir, escoger el verdadero camino y permanecer firmes en no dejarnos someter por los bienes materiales.
Por eso, pidamos al Señor con todas nuestras fuerzas esa Gracia de no caer en la esclavitud de los bienes de este mundo. Bienes caducos y perecederos y no perdamos de vista lo que el Señor nos ofrece a aquellos que le sigan y cumplan sus mandatos: Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y muchos últimos, primeros.