Nuestra Pascua no es como la de Marta, María o Lázaro. Ni tampoco como la de los discípulos, ni, mucho menos como la de Judas. Nosotros gozamos de mucha más ventaja, y, lógicamente, se nos pedirá mucha más responsabilidad y cuenta. Es de sentido común, porque, ellos, no sabían lo que iba a suceder y mucho más difícil creer. Sin embargo, muchos estuvieron al lado del Señor, incluso en los momentos de mayor dificultad.
¿Y nosotros? ¿Qué hacemos? Porque nosotros sabemos el desenlace final. Sabemos de la Resurrección del Señor y del testimonio de todos los que le vieron después de la Pascua. Y de nuestra Madre la Iglesia que nos lo ha transmitido hasta nuestros días, y continúa haciéndolo por su Palabra y el testimonio de tantos santos que le han seguido y nos han dejado su testimonio.
Vivamos esta Pasión y muerte del Señor con esperanza y fe, confiados en su Palabra y abierto a la acción del Espíritu Santo, que nos acompaña y nos alienta a continuar el camino del Señor. A vivir con intensidad y con fe nuestra propia pascua, con nuestras dificultades, fracasos, incomprensiones y pecados, pero siempre esperanzados en que con el Señor resucitaremos para la vida gozosa y eterna junto al Padre. Amén.