Mi corazón, Señor, esta contaminado por el odio, la ambición, la soberbia, la pereza y la venganza entre otras muchas apetencias. Es el pecado que, aunque lavado en y por el Bautismo, por mi condición humana y pecadora, me hace caer repetidamente cada día. Y necesito levantarme y, limpio, volver a empezar el camino. Gracias, Señor, por esa maravilla del sacramento de la Reconciliación donde me das la oportunidad de volver a limpiarme y resarcirme de todas mis faltas y errores, sobre todo de ese deseo irrefrenable de venganza ante las ofensas recibidas.
En el Padrenuestro, la oración que nos enseña Jesús, pedimos el pan de cada día. Pero, no sólo el pan material, sino también el espiritual que nos da firmeza y sujeta nuestra fe por la Gracia de Dios Padre. Y también pedimos el perdón de nuestros pecados, que trae como condición indispensable el perdonar también nosotros las ofensas recibidas de los otros. No podré recibir la Misericordia de Dios si yo no estoy dispuesto a, contando con su Gracia, perdonar a los demás, incluso a mis enemigos.
Y es que Jesús, el Señor, no sólo nos lo enseña y nos lo dice, sino que nos da ejemplo. En el Evangelio de hoy comprobamos como Jesús reprende a Santiago y Juan cuando manifiestan el deseo de vengarse y de arrojar fuego sobre los habitantes de aquella aldea de Samaría por no acoger a Jesús. El Señor le invita a irse a otro sitio sin responder a ese rechazo de acogerlos.
¿Me dice eso algo a mí? ¿A cuántos que me han ofendido me resisto a darle mi perdón y les aguardo una oportunidad para vengarme? ¿Cómo es posible que no escuche ni medite lo que Jesús me dice en y con su Palabra? Realmente, ¿mantengo esa actitud en mi corazón o, abierto a su Misericordia le suplico que me transforme y me dé un corazón misericordioso?
La Palabra no es solo para conocerla sino para, conocida, vivirla. Al menos intentarlo, pues de no ser así estaremos siendo indiferente, como ayer el rico epulón respecto al pobre Lázaro. Pedimos vencer esa indiferencia y estar atentos al dolor que nos rodea y no responder con venganza. Amén.