Es fácil confundirse y olvidarse de que lo que soy y he recibido es para servicio y bien de todos. Y es fácil porque también se hace difícil entenderlo. Descubrir que esas habilidades, inteligencia o dones que tengo, que sobre salen por encima de los demás, no son para mi provecho y lucimiento, sino para administrarlo en el bien y provecho de los que más lo necesiten.
Realmente, cuesta bastante entenderlo y, más todavía, ponerlos al servicio de la comunidad. Sí, cuesta, porque pensamos que nos lo merecemos; sí, cuesta, porque creemos que, por el empeño y voluntad que hayamos puesto en educarlos y perfeccionarlos, son nuestros y nos lo merecemos. Sólo, en el atardecer de nuestra vida empezamos a entender que todo nos viene y procede de nuestro Padre Dios.
Y hoy, el Señor, nos lo dice y recuerda en este Evangelio. Somos simples administradores, y vendrá, cuando menos lo pensemos, a ver la obra de nuestra administración. Y según nuestro trabajo nos recompensará. Sabemos lo frágil y débiles que somos, y que estamos inclinados a dejarnos llevar por las ofertas, placeres y sugerencia de este mundo. La tentación está siempre en la puerta esperándonos.
Pidamos fuerza y sabiduría para no caer. Pidamos que nuestra voluntad, edificada sobre roca, nos sostenga y nos dé la consistencias necesaria para perseverar y actuar siempre honestamente y rectamente según la Voluntad del Señor. Pidamos mesura y conocimiento para saber que somos simples administradores de todo los dones recibidos, y que nos han sido dado para servir y evangelizar a aquellos que, quizás, no le conocen.
Y en la medida que lo hagamos, ganaremos la confianza y el premio que el Señor nos ha prometido. Tal es encontrar la paz y el gozo eterno junto a El. Unamos nuestras manos y elevemos nuestras oraciones juntos a María, la Madre misericordiosa, que nos cobija y nos sirve de intermediaria para acompañarnos por el camino que nos lleva a encontrarnos con su Hijo. Amén.
Pidamos fuerza y sabiduría para no caer. Pidamos que nuestra voluntad, edificada sobre roca, nos sostenga y nos dé la consistencias necesaria para perseverar y actuar siempre honestamente y rectamente según la Voluntad del Señor. Pidamos mesura y conocimiento para saber que somos simples administradores de todo los dones recibidos, y que nos han sido dado para servir y evangelizar a aquellos que, quizás, no le conocen.
Y en la medida que lo hagamos, ganaremos la confianza y el premio que el Señor nos ha prometido. Tal es encontrar la paz y el gozo eterno junto a El. Unamos nuestras manos y elevemos nuestras oraciones juntos a María, la Madre misericordiosa, que nos cobija y nos sirve de intermediaria para acompañarnos por el camino que nos lleva a encontrarnos con su Hijo. Amén.