Pensamos que en una comunidad familiar nos debemos sentir a gusto, y si no es así nos parece que, o no es una comunidad o la comunidad, valga la redundancia, falla en algo. Nuestro criterio es que la comunidad debe ser un lugar donde nos sintamos integrados y a gusto, y si no es así algo sucede y la comunidad falla.
Sin embargo, quienes fallamos somos nosotros. La comunidad no es precisamente un lugar de confort, aunque muchas veces lo sea. Es también un lugar de confrontación y diferencias que nos va a exigir amar. Para eso es precisamente la comunidad, para entrenar nuestro amor. Porque no se entrena el amor donde todo transcurra como tú lo ves y te gusta, sino donde hay diferencias que tienes que integrar, soportar y amar. Es lo que hace Jesús con cada uno de nosotros, ¿no te parece? Y, por eso, sabemos que nos ama.
Es Jesús quien fundamente la comunidad, el grupo o la familia, y es Él quien la hace posible. Porque, ¿quién nos une? Nadie puede unirnos sino Jesús. Por tanto, en Él podemos vencer todas las diferencias que nos separan y tratar de amarnos. Así descubrimos que realmente estamos en una comunidad auténtica, cuando nos duele amar. Porque, nuestro amor le costó sangre a nuestro Señor Jesús hasta entregar su Vida.
Pidamos al Señor que, con Él en el medio, seamos capaces de unir nuestras diferencias, aceptarnos y entregarnos para que el Espíritu de Dios transforme nuestros corazones pecadores en unos corazones transparentes y amorosos que, viviendo en su Palabra y su Voluntad, seamos verdaderamente hermanos. Amén.