A la hora de empezar esta reflexión me acuerdo de la parábola del Padre Misericordioso o también llamada del hijo pródigo. Porque, esa herencia que el hijo ha malgastado y dilapidado de forma irrespetuosa e irresponsable puede estar pasando también contigo. ¿De dónde te viene a ti esa herencia que tienes? ¿O es que la vida que tienes y los días que has vivido te los mereces y te los has dado tú? ¿O es que todo lo que tienes hasta ahora es obra de tu trabajo y tu esfuerzo? ¿Es eso lo que crees?
Debamos de darnos cuenta que todo lo que tenemos es por obra y Gracia de Dios. Y se nos ha dado para compartirlo y ponerlo en y para beneficio de los que sufren y lo pasan mal. Se nos pide no ser indiferentes, porque la indiferencia es un pecado. Se nos pide amar y el amor se concreta en esa disponibilidad y actitud de compartir tus riquezas, que, además del dinero están también contenida en tu tiempo, tus cualidades, tu paciencia, tus capacidades, tu compañía y tu amor.
Danos, Señor, la fortaleza, la voluntad y la disponibilidad de poner todo lo recibido al servicio de los que lo necesitan, y hacerlo de forma gratuita, tal y como lo hemos recibido. Porque, sera, según hayas gastado tu tiempo y todo tus bienes, tendrás lo que corresponde a esa actitud de amor y generosidad con los demás. Y esa actitud, Señor es lo que te pedimos hoy.
Convierte nuestros corazones ambiciosos, placenteros y endurecidos por el egoísmo en unos corazones suaves, compasivos, misericordiosos y generosos para que no se cierre a las necesidades de los demás sino que se compadezcan y se abran a compartir y estar disponibles y atentos a sus necesidades. Nos sentimos atrapados por todo lo que nos rodea y por vivir en una actitud consumista que nos ciega y nos aleja de esa actitud de estar atentos, y no indiferentes, a darnos y compartir con todos aquellos que lo necesitan. Amén.