Otra pregunta, si nuestra vida fuera de plena calma, ¿llamaríamos al Señor? Creo que responderíamos negativamente. No nos haría falta llamarle. Es más, le rogaríamos que nos dejase tranquilo y que nos se entrometiera en nuestras vidas. Y actuaríamos como nos viniese en ganas o como creyésemos que teníamos que actuar. Desde este pensamiento convendríamos que las tempestades son necesarias para que recurramos al Señor.
Y es que cuando somos impotentes ante los acontecimientos de nuestra vida experimentamos nuestra pequeñez y tomamos conciencia de que necesitamos el Poder del Señor para salvarnos. Lo mismo ocurre a nuestros hijos cuando son pequeños. Se dan cuenta y experimentan que necesitan a sus padres para que les salven de las enfermedades, les cuiden y les protejan de los peligros y tempestades de la vida.
A nosotros nos pasa lo mismo respecto a Dios. Quizás tengamos que darle gracia por sabernos pequeños y necesitados de su amor, porque, es entonces cuando tratamos de buscarle y encontrarnos con Él. Gracias, Señor, por darnos la vida y la razón de poder conocerte. No ocurre así en los demás vivientes del planeta, pues no pueden llegar a conocerte y ante el peligro sucumben. Nosotros, tus hijos por tu Amor gratuito e incondicional, que no llegaremos a comprender sino cuando estemos en tu presencia, podemos llegar a conocerte y ante las tempestades de nuestra vida nos subimos a tu Barca, Señor, para navegar contigo.
Hoy, Dios mío, no te pedimos nada, sino te damos gracias por todo lo que nos has dado. Sobre todo por esa razón de poder descubrirte y experimentar que te necesitamos y que sólo Tú nos puedes salvar. Gracias Señor.