Es la pregunta que quizás no nos hacemos, ni, tampoco, tiene respuesta. Pero, a penas que nos paremos un poco y tratemos de reflexionar, despertaremos de la locura de atesorar sin saber para qué. Conozco a muchas personas, ya fallecidas, que han vivido atesorando, y han perdido la riqueza de vivir. Porque cuando el corazón se tiene en las cosas, piensas y vives como si de una cosa se tratara.
La vida la reduces a cosas, a objetos, y terminas tratándote como un objeto. Depende de las cosas, y te valoras en función de las cosas. Eres según lo que tengas y el valor de lo que tengas. Pierdes el norte de lo que eres, y terminas perdido, hasta el punto que pierdes la vivencia de tu propia vida.
Porque tú eres un ser humano en relación. No puedes vivir solo, y necesitas relacionarte, es decir, querer y amar. Y si tu mundo lo reduces a cosas, quedas cosificado y en un mundo de cosas. Un mundo material y materializado. Luego, si tu corazón está lleno de riquezas caducas, que pertenecen a este mundo, qué haces cuando emprendas el viaje al otro. Porque tú, y yo, no somos de este mundo. Y mejor que así sea y lo entendamos, porque este mundo no tiene esperanza ni futuro.
Nosotros no somos de este mundo, porque seguimos al Señor, cuyo Reino no está en este mundo, sino en el del Padre. Un mundo de gozo, de felicidad, de paz y de amor. Un mundo lleno de Verdad y de Vida. Por eso, se impone hacer cálculos y medir bien nuestras posibilidades, para saber qué hacer y cómo hacerlas.
Hoy, Señor, te pedimos nos enseñes a discernir el bien y diferenciarlo del mal. A saber guardar cosas que huelan a amor y perfumen la vida de verdad y justicia. A encontrar el verdadero gozo, no en las cosas, que aunque aparentemente apetitosa, esconden la amargura de la mentira y del pecado. Danos la luz de encauzar nuestra voluntad según tu Palabra y posponer todo, incluso nuestra vida, a vivir en tu Palabra y Voluntad. Amén.