No podemos imaginarnos un mundo sin familias. Porque, precisamente, el mundo, es decir, los pueblos los forman las familias. Sin unos padres será difícil, por no decir imposible, crecer de forma natural. Eso significa lo mismo que decir: tener una educación, unos cuidados y alimentación, y una formación de la mejor escuela que es la familia.
Por eso, la familia debe ser la prioridad de cualquier gobierno. Porque buenas familias, estructuradas como un espacio de amor para crecer en los valores y el amor, dará como resultado un mundo más humano, más equitativo, más justo, más solidario, más respetuoso, más libre y más digno. Cuando las familias son lo que deben ser, es decir, escuelas de amor, los pueblos son espacios de convivencia, de justicia, solidaridad y fraternidad. ¡Y eso es lo que pretende todo gobierno! ¿Por qué entonces no se hace, poniendo todo el énfasis de los programas en proteger, atender y cuidar a las familias?
Nos engañan cuando proclaman justicia, verdad e igualdad, para luego satisfacer sus interese personales y egoístas. Mienten cuando proclaman sus programas, porque después, las familias, no son protegidas ni tenidas en cuenta. La familia es la célula de la sociedad, y como tal debe ser atendida y protegida.
Jesús nace en una familia, y eso significa que la Familia es el espacio donde el hombre aprende a respetar la justicia, la libertad, la generosidad, la entrega...etc. La familia de Jesús cumple con la ley y vive como una familia más, pero en la presencia de Dios, que quizás es de lo que carecemos muchas familias de hoy.
Por eso, unidos todos, pedimos por la familia y la vida. Cada viernes rezamos en este rincón un rosario, cogido de la Mano de María, con esas intenciones. Pidamos hoy también porque los pueblos descubran el valor de la familia y exijan a los gobiernos los derechos de las familias, fundamento y célula de la sociedad.