La resignación es uno de los pecados más graves y peligroso. Y digo pecado, porque resignarse es asumir nuestra condición humana y mortal y de renuncia a ser feliz. No puedo dejar de recordar el cuento del aguilucho que, nacido en un nido de pata, no llego a descubrir la grandeza del vuelo, para el que había sido creado.
Hemos sido creados para la vida, no para la muerte, y dejarla escapar es un pecado, porque significa rechazar el inmenso e infinito regalo de Dios. ¿Cómo podemos dejar la Vida Eterna y tomar la vida temporal de este mundo por unos pocos años, con más penas que alegrías? Es absurdo, sin embargo ocurre así, porque experimentamos que esa es la realidad de lo que ocurre en el mundo en el que vivimos.
Y no hay otra explicación que nuestra propia ceguera, que nos impulsa a servir al dios dinero y placer que al Dios Amor. Por eso, Señor, conscientes de nuestros pecados, de nuestras debilidades y de nuestras apetencias, te pedimos, Señor, la sabiduría de elegir bien a quien servir. Porque no se trata de servir bien, sino de servir al mejor.
Y el mejor, Señor, eres Tú. Tú tienes Palabra de Vida Eterna; Tú eres el Camino, la Verdad y la Vida; Tú eres el Verdadero Tesoro; Tú eres el único Señor a quien se puede servir, porque Tú das la Vida por aquellos que te aman y, también, por los que, rechazándote, les buscas y esperas pacientemente que te amen. Amén.