Nuestra semilla ha sido sembrada en nuestros corazones, pero no sólo es cuestión de dejarla ahí, hay que cultivarla y hundirla en tierra buena y profunda para que eche raíces y dé frutos. Sí, no podemos quedarnos en el camino, ni en terreno pedregoso, y menos aún entre abrojos. Tenemos que acercarnos y librarnos de lo pedregoso y abrojos a tierra buena. A tierra abonada que nos dé la oportunidad de fructificar y dar buenos y hermosos frutos.
Y eso se consigue acercándonos al Señor e injertándonos en el Espíritu Santo. Y dejarnos cultivar por Él para que nuestra vida germine y dé buenos frutos. Es por tanto, tiempo de oración y de trato íntimo con el Señor para que nuestra semilla, plantada en nuestro corazón, muera y dé frutos. Y eso es lo que pedimos a grito en este humilde rincón de oración.
Danos, Señor, un corazón humilde, fuerte y cultivado con la oración, el sacrificio y la renuncia, porque somos muy adictos a la comodidad, a lo fácil y a no preocuparnos por los que sufren y lo pasan mal; porque somos muy egoístas y ambiciosos y pensamos sólo en nosotros mostrándonos indiferente a los demás. Porque nos volvemos posesivos y no compartimos los frutos que producimos; porque, queremos todo para nosotros y damos lo que nos sobra o no nos gusta.
Por todo eso, Señor, queremos cultivar nuestra semilla de otra forma y preparar nuestro corazón para que nuestros frutos estén para el servicio de los demás. Insistimos, Señor, y te pedimos que nos des sabiduría y fortaleza para, primero, estar íntimamente unido a Ti, y segundo, reflejar ese amor a Ti en los demás, porque sólo de esa forma podremos conseguir dar frutos y que esos frutos sirvan para el disfrute y el servicio de los demás.
Por eso, Señor, te pedimos que llenes nuestro pobre y humilde corazón de tierra buena, para que la semilla que Tú siembras en él sean capaces de echar raíces y dar buenos frutos. Amén.