Señor, Tú sales todos los días a la siembra, y tu Palabra es sembrada en todos los corazones. ¡Qué buena semilla es tu Palabra! Nos habla de igualdad, de justicia, de fraternidad, de paz y de amor. Nos hermana y nos hace hijos tuyos y hermanos de tu Hijo, por lo que somos coherederos con Él de tu Gloria. No hay dicha mayor, ni regalo, ni más grande ni más hermoso.
Pero, muchos no somos capaces de entenderlo, o de descubrirlo. Nos atrae y nos gusta, pero nos quedamos entre dos aguas. Somos tus discípulos en ciertos momentos, pero no lo somos tanto en otros ciertos momentos. Jugamos a dos cartas, una la de la Iglesia y la piedad, y otra la del mundo, mis intereses y mis satisfacciones. Porque no estamos convencido de tu Palabra. Sí, la entendemos, pero a media...
Quizás estemos, como Corozaín o Betsaida, ciegos y sordos por las luces y ruidos del mundo que nos impide ver y oír tus Testimonios y Palabra. Y nuestra respuesta queda a media, una a Ti y otra al diablo. ¡Y no quiero decir que, relajarse, distraerse y divertirse un poco sea malo! ¡Es más, creo que lo necesitamos!, pero cuando el amor de Dios mora dentro de nosotros, sale y se nota hasta para los ciegos. Pero sobre todo contagia.
Porque se percibe y se huele su paz, su cercanía, su bondad, su aroma de buenas intenciones y de rectitud. El amor huele a amor cuando es verdaderamente amor. Si no desprende ese olor, seguramente es que es un amor disfrazado de apariencias, de mentiras o de cierto tufo de inseguridad y de descompromiso. Es un amor enraizado en tierra dura, seca, donde la raíz no profundiza y muere instalada en la rutina de una vida cómoda, sometida, indiferente y resignada a vivir en la mediocridad hasta la hora de vernos arrojados por el precipicio.
¡Oh Señor, danos la capacidad de abrirnos a tu siembra y dejarnos penetrar hasta la profundidad de nuestro corazón para fecundar, morir a la semilla de tu Palabra y dar frutos según tu Voluntad!
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