Mi voluntad me doblega. Mucha razón tenía san Pablo cuando expresaba su lucha diaria contra lo que no quería ni deseaba hacer y lo que al final hacía. Mi voluntad me somete, me domina y me vence. A la hora de elegir ese maravilloso impulso del que has sembrado mi corazón, Señor, mi voluntad se impone y me obliga a mirar a mis intereses egoístas, carnales, materiales... Experimento entonces que soy de barro, que necesito de, no uno cualquiera, sino del mejor Alfarero que me modele y organice mi vida de acuerdo con mis deseos más profundos, de acuerdo con ese compromiso de amor que brota del fondo de mi corazón.
Es mi lucha diaria, mi experiencias de fracasos, mis vergüenzas de no responder a tanta Gracia recibida, mi impotencia de no poder saltar la muralla humana que habita y vive y dispone de mí. Sólo un grito sale de mis entraña. Supongo que parecido al de los apóstoles aquella noche de tempestad. ¡Yo, Señor, también estoy en medio de una gran tempestad que azota mi vida y que amenaza con hundirme! ¡Salvame Señor, y no dejes que me hunda en el mar de mi vida alejándome de Ti!
Ahora, por mi propia experiencia, experimento la necesidad de tenerte a mi lado. Quiero entregarte mi libertad, sería lo más cómodo, pero Tú no quieres eso, sino que luche y la ponga en tus Manos. Vamos, que confíe en Ti. Y eso quiero hacer. Ponerme en tu camino, caminar contigo y confiar ardientemente en tu Palabra, en tu venida, en tu regreso. Fortalece mi esperanza Señor para que mi camino hacia Ti sea cada día más firme, más seguro, más decidido, más confiado y más lleno de amor en los hombres, para así demostrarte mi amor por Ti.
Sé que el camino se hace cruz, pero también sé que Tú lo recorres conmigo, y que lo que tenga que sufrir por amar, será mi humilde aportación y respuesta a tu Amor. Por eso, camino tranquilo y gozoso porque Tú me esperas en tu Casa. Amén.
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