Era pequeño, recién nacidos. En mi caso catorce o diecinueve días cuando fui bautizado. No sabía la gran responsabilidad que contraía contigo Señor. Sí, fueron mis padres, pero ellos, como ocurre con casi todos los de hoy, no saben a qué se comprometen. Por el Bautismo he sido revestido de sacerdote, profeta y rey, y también he recibido la Gracia del Espíritu Santo para vencer los efectos del pecado original.
Estoy dotado y armado, por la Gracia de Dios, para la lucha contra el mal, y con la garantía de vencer sin lugar a duda. Pero, la ignorancia, la poca fe y la apetencia del camino fácil nos pierden y nos hace dudar y, sin darnos cuenta, caemos en los dominios del demonio que nos somete y nos esclaviza.
Eso me asusta, Señor. Experimento miedo de no ser capaz de responder a tu Gracia y de no creer que pueda vencer las tentaciones del demonio. Empiezo, en la medida que he crecido a sentir la presencia en mi corazón del hombre viejo que soy, tentado y lleno de debilidades, de apetencias y falsas promesas de gozo y felicidad. Necesito tenerte cerca y tocarte, experimentarte y sentir tu presencia dentro de mí.
No dejes que, llevado por las falsas corrientes de este mundo, deje ni un día de visitarte, de escuchar tu Palabra y de comer tu Cuerpo. Me sé indigno de ello, pero sólo puedo ofrecerte mi voluntad de estar allí suplicándote misericordia y aguardando que tu Gracia, por tu Amor y Misericordia, me llene de tu Espíritu para que pueda proclamar tu Mensaje a todos aquellos que lo quieran recibir.
Inúndame, Señor, de tu Perseverancia y de tu Amor para, por tu Gracia y la acción de tu Espíritu llevarte a cuantos corazones se abren a la acción de tu Palabra.
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