No podemos evitar experimentar alegría y felicidad ante el regalo o la dádiva gratuita. Y más cuando es por amor y sin condiciones. Porque de otro modo, de haber algún interés o condiciones, no sería ni gratuita ni por amor. Sin embargo, descubrimos diferencias cuando nos viene del exterior al interior. Es decir, cuando el regalo nos es dado por uno de afuera, a cuando nos lo dan desde dentro: padres, marido o mujer, hijos...etc.
Igual nos ocurre con nuestro Padre Dios. Llegamos a pensar que tenemos derecho y nos lo merecemos. El hecho de experimentarlo siempre así y nunca faltarnos nos autoengaña, distorsiona nuestra realidad y nos lo hace creer. Incluso llegamos a enfadarnos cuando las cosas no salen o no son como nosotros queremos o pensamos. No obstante, descubrimos lo que hemos recibido cuando experimentamos carencia o falta de algo. ¡Y no digamos nada cuando se despierta la necesidad de algo que necesitamos de forma vital y urgente!
¡Es entonces cuando apreciamos lo que tenemos y hemos recibido! Más, sin lugar a duda, experimentamos que encontramos más gozo y felicidad en dar que en recibir. Eso se constata en la vida diaria. Son los padres verdaderos testigos de esa realidad al experimentar ese gozo y felicidad en la entrega diaria, en y por la familia.
Pero, también es verdad que la realidad nos ayuda a descubrir que somos humanos y nuestro corazón tiene mucho de piedra y egoísmo. Se endurece en la medida que sus intereses no coinciden con otros intereses; en la medida que sus ideas no son las ideas de los otros. Se endurece cuando su voluntad va por otro camino que la Voluntad de Dios.
Entonces descubrimos que necesitamos la Gracia del Espíritu de Dios para doblegar nuestra voluntad endurecida y egoísta que nos somete y esclaviza. Ablanda y suaviza mi corazón, Señor, para que vea el verdadero valor de las cosas, y sepa utilizarlas para amar. Amén.
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