Toda nuestra vida debe ser un estado de emergencia. San Agustín decía que no descansaremos hasta llegar a descansar en el Señor. Y esa es la única verdad. Nuestra vida será una constante lucha contra aquel, Satanás, que está interesado en ganarnos para el mundo y perdernos para el Reino de Dios. Y quién no tome conciencia de eso, podrá ganar el mundo, pero se perderá para siempre.
¿Y de qué vale ganar ahora, por unos cuantos años, y perderse para siempre en la eternidad lejos de la presencia de Dios? Da miedo hasta pensarlo porque no estamos capacitados para entenderlo. Sin embargo, sí podemos razonarlo y comprender que eso es lo peor que nos pueda ocurrir. Y depende de nosotros.
Nadie nos lo puede arrebatar, ni siquiera aquel que tiene poder en este mundo, Satanás, porque somos libres para decidir y contamos con la ayuda necesaria, el Espíritu Santo, e invencible para salir victorioso. La cuestión es que tendremos que estar muy unidos a Él y no apartarnos en ningún momento, pues el demonio aprovecha cualquier resquicio que le dejemos.
No dejemos nunca de hablar, dialogar y suplicarle a nuestro Padre Dios, en nombre de Jesús y en el Espíritu Santo, para que nos fortalezca, nos proteja y envíe obreros a su mies, a fin de que podamos ser dirigidos, bien encaminados y acompañados ante los peligros que el propio demonio nos pueda tender. Y de cubrirnos bajo el manto de nuestra Madre, la Virgen María, pidiéndole su protección ante las tentaciones y peligros de la orgullosa serpiente diabólica que nos amenaza.
En Ella, nuestra Madre, seremos bien guardados y protegidos, pues de Ella vendrá el triunfo que aplastará la cabeza de la serpiente diabólica.
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