No podemos perder de vista nuestras debilidades, porque son con ellas con las que juega y baraja el demonio. Y aprovecha esos momentos que desfallecemos y somos débiles. La carne nos pesa, nos arrastra y es fácilmente seducida por las tentaciones. La vida es una lucha entre lo que creemos que debemos hacer y lo que no debemos hacer. Y nuestra flaqueza es el peligro de romper esa buena intención que anida en todos los corazones de hombres y mujeres.
El amor es precisamente eso. Está para dar vida y amar esa vida. La pasión nos atrae. Toda clase de pasiones encienden nuestro ánimo y nos disponen a satisfacernos. Sin embargo, sabemos que no todo está bien y debemos controlarnos. Esa es la lucha y lo que regula nuestra convivencia y nuestra paz. No debemos saltarnos las reglas, porque eso desenfrena nuestro apetito y rompe nuestro equilibrio. Así, muchas pasiones mal empleadas avivan nuestros egoísmos y generan desequilibrios y rupturas. Sobre todo en el ámbito matrimonial.
La vida está para respetarla y cuando se antepone la pasión sexual, por ejemplo, se mata en el tiempo de la fertilidad. Todo está pensado para nuestro disfrute y equilibrio. Nada está para fastidiarnos ni para hacernos sufrir, sino para todo lo contrario, para fortalecernos y darnos gozo y alegría. Aunque, primero, haya que sufrir o resistirnos a nuestros primarios deseos.
Porque esa es la prueba del único y verdadero amor. Aquella donde tú te das, respetas, renuncias, soportas, acompañas, comprendes, escuchas, te solidarizas, eres fiel y sufres por amor. Ahí se esconde tu libertad y también tu gozo, alegría y vida eterna. Esa es la Voluntad del Padre, la que nos ha enseñado nuestro Señor Jesús en esos momentos angustiosos en el Huerto de Getsemaní. La que vivió Él y la que ofreció como redención por salvarnos a todos nosotros.
Pidamos que sepamos entender esa lucha de cada día, y, sobre todo, llenarnos de sabiduría, de paciencia, de paz, de alegría, esperanza y fe. Amén.