Al
despertarme empieza mi lucha. La pereza de levantarme despierta mi
conciencia y la avisa de que la lucha del nuevo día ha empezado.
Descubro que los descompromisos son leña que la avivan, mientras que
cuando el compromiso se hace presenta la pereza huye avergonzada. Por
eso es bueno comprometerse aunque mi otro yo no le guste hacerlo.
Pero
luego me asaltan mis otros yo que tratan de desviarme, de despertar en
mí la conciencia de mi orgullo, de mi suficiencia, de mi vanidad y
ego´simos. La guerra, declarada desde que mis ojos despiertan, se hace
cada momento más intensa, más fuerte y más dura hasta el punto de
parecerme imposible presentarle batalla. Sólo me quedas Tú Señor que sé
que estás ahí y esperas mi llamada, mi oración, mi diálogo...
Y
a Ti recurro Señor, y pronto, no podría explicarlo porque no tiene
explicación, la brisa se hace presente y la paz sosiega mi espíritu.
Tranquilo y sereno dispongo mi herido cuerpo a alabarte y bendecirte.
Todo a mi derredor se hace oración, desde un simple arreglo de cama
hasta servir y prepararme el desayuno. Todos mis torpes movimientos son
ofrecidos desde mi pobreza en alabanza a Ti Dios mío. Y mis humildes
reflexiones brotan de mis labios como dictadas por tu Espíritu de
Sabiduría.
Y
se hace de nuevo el milagro de cada día. En la humildad y sencillez,
escondiendo mi pobreza en la Tuya, mi Señor, mi empobrecido cuerpo y mi
humilde alma van tomando tu Fuerza y tu Gracia para desde lo más hondo
de mi humilde rincón darte gracias por esforzarme vivir en tu presencia y
entre los hombres, sin que yo sea visto y Tú seas mi única carta de
presentación.
Experimento tu Gracia y tu presencia Señor y eso esconde todas mis presuntuosas acciones y pecados.
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