Sé que estoy apegado, atado y vencido por mi humanidad pecadora. Obviarlo sería de tonto e inmaduro. Estamos tocados por la herencia del pecado original y no escapamos a ella. Confesamos nuestra condición pecadora e imploramos misericordia.
¡Y qué alegría sabernos amados y perdonados por nuestro Padre Dios! Él nos quiere y nos perdona. Su Misericordia es Infinita y en Él estamos liberados y salvados de las garras de Satanás, príncipe del mundo. Por eso, conscientes de nuestras debilidades necesitamos estar fuertemente agarrados al Señor y para ello necesitamos su Alimento: Cuerpo y Sangre que recibimos en la Eucaristía. También la oración y penitencia que nos preparan y nos fortalecen en la lucha diaria contra el mal que ejerce el demonio.
Te pedimos Señor que fortalecidos por la acción de tu Espíritu seamos salvados de la esclavitud a la que nos quiere someter Satanás. Danos la perseverancia y la sabiduría de mantenernos unidos en Ti en la Iglesia que Tú nos has dejado a través de tus apóstoles.
Sólo Tú Señor eres el Pan de Vida que nos salva y nos protege de todos los males que el Maligno trata de contagiarnos y confundirnos. En Ti a Ti nos confiamos. Amén.
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