Si me preguntan que pienso de mí, la primera intención que se apodera de mi mente es que no soy mala persona aunque soy consciente de mis fallos, errores y pecados. Sería de fanfarrón y engreído no reconocer mis limitaciones y faltas, pero no se trata simplemente de eso. Se trata de las innumerables ocasiones que falto a mi palabra y cometo pecados contra el Señor y mis hermanos los hombres.
Simplemente mirar la oración del Padre nuestro y reflexionarla, me hace tomar conciencia de las veces que caigo y falto a mi promesa. ¡Y cuántas veces rezo el Padre nuestro al día! En mi caso unas diez o más. Le pido al Padre que se haga su Voluntad, pero persigo la mía, por mucha voluntad que ponga en hacer la del Señor. Y, a pesar de pedirle por el pan de cada día y porque aumente más mi amor y mi desprendimiento de las cosas de este mundo, me experimento pegado a él.
Si de perdonar se trata, temo lo mucho que me cuesta, sobre todo cuando se trata de enemigos. Sin embargo, toda esa experiencia me ayuda a descubrirme pobre, pequeño, imperfecto y necesitado. Y recuerdo que el Señor viene a sanar a los enfermos y a salvar a los pecadores, y yo soy uno de esos pobres y pecadores. Por eso salto exultante de gozo y de alegría.
Gracias Señor por venir a salvarme. Te pido que me hagas más desprendido y me des la Gracia de santificar tu Nombre, de buscar tu Reino, de hacer tu Voluntad, de perdonar a los que me ofenden y de pedirte sólo aquello que sirve para seguir tu camino.
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