Miro para el cielo y barrunto el agua que necesita mi tierra para que los frutos puedan nacer, crecer y madurar. Pero no es sólo agua, también necesita cuidados, buenos abonos y cultivarlos bien. Hay muchos peligros en el tiempo para hacerse fruto: plagas, calor, vientos, enfermedades... ¡Depende de tantos factores que se necesita mucho esfuerzo y perseverancia.
¡Y cuando todo se ha hecho bien, con esmero y atención, resulta que una tormenta de viento o calor arrasa todo y arruina los frutos de la cosecha tan bien atendida! Así resulta mi vida Señor, cuando menos lo espero, el mundo saca su oferta de bienestar, de comodidades, del disfrute fácil y cómodo que me tienta y me invitan a dejarla a merced del viento, del calor y del pecado. Todo el esfuerzo anterior derretido por el placer de unos minutos y malgastado en el derroche de unos frutos pasados y podridos.
¡Riega mi cosecha Señor! No me dejes solo frente a mi propia tierra, porque no soy buen agricultor y, a pesar de mis esfuerzos, lo echo todo a perder en poco tiempo. Necesito tu Gracia, tus consejos, la fortaleza de tu Espíritu para mantenerme firme, pendiente a pie de mi tierra y, permanentemente, abonarla, cultivarla y mimarla con el calor de tu Gracia y tu Amor.
Dame la constancia y perseverancia de salir todos los días al campo de mi huerto para, sin desfallecimiento y con esperanza, cultivarlo con la asistencia de tu Espíritu para que dé los frutos que Tú esperas. Amén.
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