Enviaste a tus apóstoles a predicar el Evangelio dándoles poder para expulsar demonios y curar toda clase de enfermedades. Lo hiciste en aquel tiempo, y también lo haces y puedes hacerlo ahora y siempre, porque tu Poder, Señor, es Eterno.
No soy yo nadie para cuestionar tu Voluntad, ¡Dios mío, líbrame de esa tentación! Hoy hay muchos discípulos del siglo XXI que te siguen y manifiestan esos poderes que Tú, igual que con tus apóstoles, les has dado. Tu Espíritu se manifiesta en quien quiere y no en quien lo quiere y lo pide. Tú Señor sabes a quien debes elegir para realizar tus obras.
Sólo soy un siervo agradecido, o que lo quiero ser, y aguardo en silencio y pacientemente tu Voluntad. Sólo me atrevo a pedirte en voz baja que me permitas seguirte, continuar acercándome a Ti cada día en la Eucaristía y recibirte bajo la especie de pan. Y de mantener la ilusión de crecer en amor un poquito cada día, porque en la medida que lo haga, seré un poquito más parecido a Ti.
Y haz, Señor, que no me instale y me conforme con lo que soy, sino que, confiado en tu Espíritu y tu Poder, me esfuerce cada día en ser mejor, en estar disponible para servir y en expresarte más mi amor amando a los hombres que Tú pones en mi camino. Amén.
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