Todos queremos alcanzar la vida eterna. En lo más profundo de nuestros corazones está escrito. Es algo que anida en la propia esencia de nuestro ser. ¿Quién no quiere vivir eternamente, es decir, resucitar? Ser feliz y eterno es una aspiración de todo ser humano. Lo observamos cada día en cuanto salimos a la calle. Carreras y atasco por alcanzar lo que piensas que te va a dar el bienestar y la felicidad.
Sin embargo, la eternidad es otra cosa. A pesar de cuidarnos mucho nuestra salud, experimentamos que no depende de nosotros, aunque ponemos todo lo de nuestra parte por colaborar con nuestro cuerpo para mantenernos saludables. Sin embargo, aunque aspiramos al gozo eterno, no terminamos por creérnoslo del todo. Tenemos muchas dudas y las seducciones de este mundo no nos ayudan nada.
Sólo nos queda un camino, confiar y creer. Muchas cosas no entenderás, pero eso tiene sentido, porque creer en un Dios que tú puedes entenderlo no nos vale. Pues, ser un Dios al que podemos abarcar y hasta discutirle sus proyectos lo dejaría en mal lugar. Dejaría de ser Dios y se convertiría, a pesar de sus poderes, en uno más. Un Dios es Dios, valga la redundancia, porque es Omnipotente y Todopoderoso, y porque es Él quien rige el mundo y domina el Universo creado por Él.
Ese es el Dios que nos vale. Un Dios inteligible para nuestra capacidad intelectual. Un Dios misterio y que puede hacer todo lo que quiera y como quiera. Y que está escrito en nuestro corazón, pues aspiramos a esa gloria eterna, porque Él lo ha puesto y lo ha sellado con su Palabra. Por eso, lo más sensato e inteligente es ponernos en Manos del Espíritu Santo, que desde nuestro bautismo está deseando auxiliarnos, dirigirnos e iluminarnos para que vayamos entendiendo todo lo que necesitamos para seguir a Jesús.
Y es eso lo que pedimos en estos momentos. Espíritu Santo, danos la luz necesaria para encontrarnos con el Señor y para dejarnos encontrar con Él y abrirnos a su Palabra y a su Voluntad. Amén.