Cuanto más me propongo seguirte, Señor, más se nubla mi vista y se pierde mi razón. Experimento que nada puedo sin Ti, y menos ser precursor como Juan. No sólo me falta el valor, sino que también las ideas y la voluntad. Quizás el miedo o los apegos y apetencias. Me descubro esclavo de mis sentimientos, pasiones y apegos.
Pero, por mucho que así me sienta, no me resigno a dejar someterme. Sé que intentarlo sólo es inútil, pero contando contigo, Señor, puedo vencerme y vencer. Porque para Ti no hay nada imposible. Ya se lo dijo el Ángel Gabriel a María cuando le avanzó que Isabel, la madre de Juan, estaba ya de seis meses. Tú, Señor lo puedes todo.
Y puedes transformar mi corazón y crearme uno nuevo, hacerme un hombre nuevo capaz de, como Juan, ser precursor de tu Buena Noticia de salvación. Sólo necesitas mi voluntad y mis pecados para hacer la masa con tu Gracia y dejarme limpio y puro. Con esa esperanza, con esa confianza sigo tus pasos, Señor, y me abandono en tus Manos.
Necesito, como el agua para calmar mi sed, tu Gracia para encender mi corazón y alumbrar el camino que me lleva a tu encuentro, a anunciarte y proclamar que Tú eres el Hijo de Dios. Amén.
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