Es posible que mi corazón dé frutos buenos. Si hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, nuestro corazón tendrá cosas buenas, pero, por causa del pecado, tenemos sentimientos y deseos egoístas que sólo miran para nosotros y excluyen a los demás.
El hombre hace cosas buenas, pero al final siempre se guardará lo mejor para sí mismo. Es egoísta y no está dispuesto a compartir con los demás. Dará, como máximo, aquello que le sobra o no necesita. El hombre se vuelve huraño y egoísta, y necesita transformar su corazón y limpiarlo de toda malicia y pecado. Por eso, necesitamos al buen Sembrador, que nos siembre buenas semillas y nos dé buena tierra.
Necesitamos ser regados con el agua del Espíritu Santo, para que nuestra semilla de amor fructifique y dé buenos frutos. Necesitamos el riego de la oración. Mucha oración que nos una constantemente al Señor y nos ponga en Manos del Espíritu, para que nuestra tierra, fertilizada por los sacramentos y cultivada por la Eucaristía sea alimentada y fortalecida para dar buena cosecha.
¡Oh, Señor, danos la capacidad de renuncia a nuestras comodidades, apetencias, vicios y apegos, para que, desprendidos de toda atadura, seamos libres para vivir en tu Palabra y cumplir tu Voluntad!
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