Tenemos necesidad de limpiarnos, de lavar nuestras culpas y pecados, y no lo podemos hacer por nosotros mismos, ni tampoco por nadie de este mundo. Sólo el Mesías, el enviado es capaz de quitarnos el pecado del mundo. Y ese es Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Hacemos un poco de historia: cuando Juan dijo «he ahí el Cordero de Dios», todos entendieron qué quería decir, ya que el “cordero” es una metáfora de carácter mesiánico que habían usado los profetas, principalmente Isaías, y que era bien conocida por todos los buenos israelitas.
Por otro lado, el cordero es el animalito que los israelitas sacrifican para rememorar la pascua, la liberación de la esclavitud de Egipto. La cena pascual consiste en comer un cordero.
Y aun los Apóstoles y los padres de la Iglesia dicen que el cordero es signo de pureza, simplicidad, bondad, mansedumbre, inocencia... y Cristo es la Pureza, la Simplicidad, la Bondad, la Mansedumbre, la Inocencia. San Pedro dirá: «Habéis sido rescatados (...) con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo» (1Pe 1,18.19). Y san Juan, en el Apocalipsis, emplea hasta treinta veces el término “cordero” para designar a Jesucristo. (Comentario: Rev. D. Joaquim FORTUNY i Vizcarro (Cunit, Tarragona, España).
Jesús es nuestra esperanza y nuestra salvación. Por el Bautismo que Él nos da y regala quedamos limpio de todo pecado. Nos hace hijos de Dios y coherederos, con El, de su Gloria. Pidamos al Señor que nos dé la fuerza y la Gracia de perseverar y sostenernos puros y limpios, y eso lo logramos viviendo la Gracia de los sacramentos. De forma especial la Penitencia y la Comunión y la comunión con los hermanos.
Pidamos al Señor que nos esforcemos en compartir nuestra fe, porque haciéndolo nos fortalecemos y perseveramos en y por su Gracia. Jesucristo es el Señor y en él están puestas todas nuestras esperanzas. Amén.