Alejarse equivale a distanciarse y a marginar a otro. En eso consiste el pecado a Dios. Un pecado que no se podrá perdonar si tú no tratas de acercarte y recibir el perdón. Eres libres, y en la medida que no sepas ejercitar tu libertad, te esclavizas. Porque la libertad cobra su verdadero valor en la medida que se acerca y vive en Dios. De Él la hemos recibido, y a Él volveremos. Por lo tanto, lejos de Él volveremos a la esclavitud del pecado.
Porque es, precisamente el pecado, el que nos ha alejado de Dios, y el que también nos mantiene lejos de Dios, y nos pierde para siempre. Por lo tanto, este Martes Santo es un momento propicio para acercarnos al Señor y ponernos en sus Manos.
Danos, Señor, la capacidad y fortaleza de abrazar la Cruz, y, agarrados a ella, postrarnos a tus pies con firmeza y fidelidad, empapados de tu Gracia y alimentados por la fe que tu amor nos da. Perdona todas nuestras debilidades y todos los desprecios egoístas alimentados por nuestra naturaleza humana herida y tocada a muerte por el pecado. Sácanos de nuestra esclavitud y devuélvenos nuestra libertad sometida y encadenada por nuestros errores, fallos y egoísmos. E infúndenos la esperanza de esperar y confiar en Ti.
Hoy, Señor, Martes Santo, queremos esperar y aguardar. No queremos marcharnos de tu lado. Queremos, junto con tu Madre, permanecer al pie de la Cruz, y permanecer en silencio, callado, sin decir palabras, postrados, humildes y confiados en tu Perdón y Misericordia, y dispuestos a servirte dándonos en caridad a todos aquellos que necesitan nuestro amor.
¡Señor!, somos muchos los que te rechazamos sin querer. Nos rendimos a nuestros egoísmos y pasiones. Danos la fortaleza y la sabiduría de superarlos y someterlos, para liberados poder servirte y hacer tu Voluntad, crucificados como Tú, Señor.