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La palabra alerta está ahora muy de moda. Cada temporada otoñal y de invierno la oímos muchas veces. Tales comunidades están en alerta. Nos ponemos en alerta a cada momento. El progreso ha traído muchos avances y comodidades, pero también riesgos e incertidumbres. Y, desde la vigilancia, es bueno que nos despierten y nos pongamos en alerta, porque la vida deberíamos vivirla en constante alerta.
Alerta, porque el Hijo del Hombre, nuestro Señor Jesús, no nos avisará, ni el día ni la hora de su segunda venida. Y así como nos dice en el Evangelio de hoy lo ocurrido con Noé y Lot, así sucederá cuando se haga presente en este mundo. No sabemos si estaremos o no presentes, porque, quizás, a nosotros nos haya llegado el momento antes. Pero de una forma u otra, conviene estar en permanente alerta para cuando llegue el Señor.
Cierto es, no hay ninguna duda ni discusión al respecto, que llegará el día de nuestro final, de la misma forma que llegó el del principio. Pero cierto es también que Jesús nos ha prometido venir al final de los tiempos a llevarnos con Él a ese lugar que nos tiene prometido. Su Palabra siempre ha sido cumplida, hasta el punto que ha vencido la muerte, ha Resucitado. Y en Él también resucitaremos nosotros.
Por lo tanto, se hace necesario, muy necesario estar siempre en estado de alerta. No sólo en el sentido literal de la climatología, sino en el verdadero sentido espiritual, que es el que verdaderamente importa y nos salva. Porque es para siempre, y terminará con todas alertas. Ya no hará falta estar vigilantes, porque estamos con el Señor, y allí, donde Él nos ha preparado un lugar, no hará falta estar alertados, temerosos de peligros y muertes, porque viviremos en plenitud de gozo eternamente en la presencia del Padre.
Es verdad que no podemos imaginarnos ese lugar, pero nos llenamos de paz, alegría y esperanza pensando que al final, cuando creamos que todo se acaba, empieza la verdadera vida que todos estamos esperando. Por eso, Señor, te damos gracias y te pedimos que nos des la sabiduría y fortaleza de conocerte y de permanecer fiel a Ti. Amén.