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Nos sentimos fuertes y seguros. No pensamos, ni por asombra, que el Demonio pueda o se atreva a tentarnos. Estamos seguros de nuestras fuerzas y, quizás, sin darnos cuenta pensamos que no nos hace mucha falta Dios. O, dicho de otra forma, pensamos que el tratamiento y estrategia para estar con Dios la ideo yo y la planeo yo. Incuso llegamos a pensar que no me hace falta lo que la Iglesia me diga, porque yo me las entiendo con el Señor.
Esas formas de pensar señalan y descubren una cercanía muy próxima al Maligno. Porque no pensarás que él, el Maligno, se te va a presentar de frente. Dará un rodeo y verá la mejor manera de brindarte su amistad hasta ganarte y convencerte con tus mismas armas y deseos de saber y entender las cosas de Dios. Jesús ha dejado la Iglesia para que continúe su labor. Sí, es cierto, es una Iglesia pecador, que falla, porque está compuesta por hombres como tú y como yo que fallamos. Pero no la ha dejado sola, sino que le ha enviado al Espíritu Santo, que la santifica, la hace santa y la guía protegiéndola del Maligno.
Por eso, a pesar de sus errores y fallos, continúa de pie y, a través de los siglos, sigue su camino firme proclamando el Mensaje del Señor. Conviene tener memoria y ver todo lo bueno que hay en la Iglesia, que puesto en la balanza deja a lo malo muy desdibujado y casi anulado. La labor de la Iglesia es ingente y no para de estar presente donde el clamor del hombre pide ayuda y auxilio.
También nosotros ponemos nuestros sábados, y creamos nuestras propias leyes que levantan barreras y verdaderas fronteras que nos impiden oír y escuchar al Señor. Cerramos las puertas de nuestro corazón cuando no queremos abrirlos a las exigencias del amor. Somos inflexibles ante los pecados de los demás, pero no vemos con la misma inflexibidad nuestros propios pecados. Queremos la Misericordia de Dios, pero no actuamos con esa misericordia para los demás. Exigimos nuestras propias ideas y leyes, adaptando a ese Dios que nos habla, a las nuestras y poniendo en duda las suyas.
La pregunta: ¿Qué Dios escuchamos nosotros? ¿El que nos gustaría oír según nuestras propias leyes, o el que nos propone vivir según su Voluntad? María, los apóstoles y muchos discípulos más, pasaron por esa experiencia, y hoy los conocemos porque supieron dejar sus ideas y preguntas, para seguir, escuchar e ir viviendo las que el Espíritu de Dios les iba proponiendo. Tratemos de aprender de sus ejemplos y de escuchar seriamente y dócilmente al Señor. Amén.