Padre mío, perdóname por no escucharte. ¡Cuánto tiempo llevo sin escucharte! No lo sé, y me avergüenzo de ello. No he aprendido a escucharte, o no he querido aprender. ¡Padre, enséñame a escucharte! Porque cuando hablo contigo no sé realmente a quien escucho. Posiblemente me escuche yo mismo. Yo mismo me pregunto y me respondo. Y al final, se hace lo que mi voluntad dispone y desea.
¡Padre!, quiero hacer tu Voluntad. Es la meta y fin de mi vida hacerla, pero siempre tropiezo con la mía. No me puedo liberar. Mis oídos, cansados y débiles, solo escuchan mis apegos, mis deseos, mis apetencias, mis intereses... ¿Cuándo voy a aprender a escucharte?
Me doy cuenta que, por mí mismo, nunca aprenderé a escucharte. Nunca oiré lo que Tú quieres y me dices que haga. Me cuesta oírte, se me hace muy duro, me puede mi carnalidad, mi humanidad pecadora. Solo me entrego, me pongo delante de Ti, soy tuyo y no dejaré que otro me aparte de Ti. Aquí me tienes, Señor. ¡Transfórmame! ¡Conviérteme! ¡Abre mis oídos y mi corazón para no solo oírte, sino cumplir tu Voluntad!
¡Señor mío y Dios mío!, en Ti pongo todas mis esperanzas. Te pido que, al menos de momento, hasta cuando Tú decidas abrirme el corazón, no permitas que me aleje de Ti. Dame la constancia y perseverancia de seguirte, de estar cerca de Ti, aunque no sepa oírte ni escucharte. En Ti confío, Señor.
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