Porque, si me dejas pedir a mí, desaprovecho mis pedidos. Pido cosas que no me van a servir para mucho. Sí, aparentemente, y en principio parecen buenas, pero luego se desvanecen como el tiempo y desaparecen. Mi humanidad pecadora ansía cosas caducas, que se esconden en la materialidad de lo apetecido y de mis egoísmos. Por eso, pido mal porque no sé lo que me conviene.
Y conviene adherirme y abrirme al Espíritu Santo, pues solo Él será capaz de cribar mis peticiones y de abrir mi boca para suplicar aquello, que alimentará mi alma y la guardará para la eternidad gozosa. Por eso, Padre, te imploro con confianza que me enseñes a pedir, a pedir según tu Voluntad, porque yo no sé lo que me conviene.
Dame la perseverancia de aguardar y confiar en tus señales, en tus silencios, en tus negativas, en tus caminos, en tus deseos... Porque ellos serán los buenos, los que me salvarán y me permitirán gozar de tu presencia en la dicha eterna de vivir contigo. Enséñame a pedir según tu Voluntad, a santificarte y a apetecer las cosas de tu Reino según la vivencia de tu Amor y de la misma forma que Tú me perdonas.
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