Y dame una mirada limpia y pura como la del viejo Simeón. Poderte encontrar, saber que estás ahí, en medio de la tormenta y la densa oscuridad que embarga mi vida. Mirar, acoger con otro corazón y otros ojos completamente nuevos la realidad cotidiana que me envuelve, esa realidad y monotonía de todos los días que a veces me asfixia y acorrala de muerte.
Sí, nuevos ojos y un corazón reciclado para acoger y sorprenderme de nuevo, como aquella primera vez, con la novedad de tu Reino y la radical novedad de tu Evangelio. ¡No quiero, ni puedo, ni deseo acomodar mi mirada, acostumbrarme a tu Palabra, traicionarte con mi ceguera por la espalda!
No permitas mi cansancio ni mi instalarme en la norma y los preceptos. Dame un corazón puro y renuévame por dentro; no me alejes de tu Rostro y alienta siempre mi camino, sin prisas, pero sin pausas y con constancia y perseverancia.
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