No cabe duda que cuando se tiene fe es porque se ve o presiente aquello que se cree. El perro sigue al zorro mientras su vista lo ve y lo presiente. Sigue su rastro y olor, y mientras eso lo tenga a la vista y lo lleve dentro de sí, seguirá caminando a pesar del cansancio y las dificultades.
La fe es eso, caminar porque tu corazón ha quedado encendido de algo que, aunque no veas, lo presiente y experimentas. Incluso llegas a tocarlo en los quehaceres de cada día. Ante algo que intuyes mal porque lesiona el derecho de otro, tu corazón te insta a evitarlo, a cambiarlo, a renunciar de tal inclinación y darte en generosidad y justicia.
¿No anda tu corazón advertido, tocado por un impulso que te ilumina y te fortalece para decir no a ese mal que te tienta? ¿Por qué pasan estas experiencias y se sienten en lo más profundo de nuestro ser? ¿Acaso no es este el Espíritu Santo que te habla y te toca? ¿Y cuando respondes no se fortalece e ilumina más tu fe? No cabe duda que compartiéndola, la fe se fortalece y crece.
Pidámosle al Señor que no dejemos de responder a esos impulsos que nacen desde lo más profundo de nuestro ser transformados en renuncias por amor.
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