Es lo primero que hacemos en la Eucaristía, reconocer que somos pecadores y que queremos abrirnos al Espíritu Santo para que haga de nosotros su templo. Es esa la actitud del cristiano, experimentar dolor de contrición y pedir perdón por sus pecados. De lo contrario pecamos contra el Espíritu Santo y le impedimos entrar en nosotros para ser perdonado. Por eso, el pecado contra el Espíritu Santo no se perdona, pues no le damos opción a que nos perdone.
Es lo que hicieron aquellos escribas cuando tacharon a Jesús de estar en complicidad con el demonio. Algo disparatado pensar que el mismo demonio iba a ir contra él, en lugar de pensar que el poder del Señor superaba al demonio. Pidamos nosotros el reconocernos pecadores y suplicar la Misericordia de Dios para el perdón de nuestros pecados. Porque, esa es la imprescindible condición para recibir el perdón, reconocernos humildemente pecadores.
Incluso, tiene sentido, porque para ser perdonado hay primero que reconocerse culpable. Gracias, Señor, por sabernos pecadores y humildemente reconocernos culpables suplicándote que nos alcance tu generosa misericordia y recibamos tu perdón.También nosotros en muchos momentos nos revelamos contra los planes del Señor y pensamos que nos manda cosas imposibles o que lo que hace no lo entendemos y hasta podemos llegar a pensar que su Iglesia está fuera de sí. De hecho hay diferencias que nos separan y que nos impide acercarnos.
Abramos nuestros corazones y pidamos perdón por todos nuestros pecados y pensemos que lo que verdaderamente importa es amar según la Voluntad de Dios. Son esos, los que se esfuerzan en cumplirla los que son nuestros hermanos y nuestras madres. Precisamente, su madre María, la primera en cumplir la Voluntad de Dios.