Quiero abajarme y hacerme pequeño como Tú, que encarnado en María, te has rebajado hasta hacerte como yo, un hombre con naturaleza humana sujeto al dolor y a la muerte, pero, sin dejar tu naturaleza divina y sin pecado. Eso, Señor, me pregunto, duele más que el dolor físico, porque siendo Dios has renunciado a tu condición divina para padecer como un hombre. Más realmente no se puede bajar.
Quiero ser humilde y pequeño porque quiero conocerte, Señor, y ser tu amigo. Y sé que no lo podré ser si dejo que mi soberbia me supere, me dirija y sea mi bandera. Quiero ser esponja abierta que recoja y reciba, empapándose plenamente, todo el amor y misterio que Tú, Señor, me quieres revelar.
Dame, Dios mío, la Gracia de abrirme a tu Gracia y de hacer de ella el regalo más hermoso y la alegría más exultante de mi vida. Quisiera, Señor, y Tú lo sabes, porque eso es lo que palpita dentro de mi pobre corazón, hacerme silencio humilde para soportar y limar toda aspereza, toda injuria y toda dificultad que trate de tentarme, romper y quebrar mi paz y desesperarme para dar paso a la soberbia y al pecado apartándome de Ti.
Quiero, Señor, ser capaz de responder con silencio y servicio a toda adversidad, a toda arrogancia, a toda tentación y a toda apetencia que nazcan de lo más profundo de mi egoísmo. Qué otra cosa puedo decir, Señor, sino darte gracias por todo lo recibido hasta ahora y lo que reciba en el camino de mi vida. Darte gracias por anticipado, porque sé que todo lo que me venga de Ti, mi Señor, será lo mejor para mí.
Porque, sé que todo lo que recibo es pura Gracia tuya Señor y todas mis humildes obras no se deben a mi voluntad sino a tu Gracia, que me llena de tu Espíritu y me da fortaleza y amor para realizarlas en tu Nombre. Gracias Señor. Amén.