No te atrevas a ir solo, te perderás y serás presa de Satanás. Está al acecho y sabe de tus debilidades y tu naturaleza humana. Conoces tus razonamientos y también tu suficiencia, y eso te puede perder. Abajate y hazte humilde y busca tu propio rincón para reflexionar sereno, tranquilo y confiado. El Señor te escucha, está presto a tus palabras y no nos abandonará nunca frente al peligro de nuestra lógica y nuestros pensamientos.
Es verdad, nos cuesta dar, y, sobre todo, cuando lo que hemos logrado nos ha llevado mucho sudor, trabajo y tiempo. ¿Cómo se lo vamos a entregar a otros? ¿Y, además, mis enemigos? No nos cabe en la cabeza y nunca lo entenderemos por nosotros mismos. Sólo la Gracia de Dios nos lo dará a entender. ¿Acaso todo lo que has recibido, trabajado son méritos tuyos? ¿Acaso tu has recibido la vida, los talentos, la fuerza, la capacidad para alcanzar con tu esfuerzo eso a lo que tanto estás apegado? ¿Y acaso todo eso te va a dar la vida eterna que tú anhelas y deseas?
Todo eso es transitorio y según ha ido llegando a tus manos también se irá. ¿Qué quedará? Simplemente, tu amor y tu generosidad con los que lo necesitan. Es eso lo que te dará vida, vida eterna y gozo en plenitud. Y si el Señor nos lo propone es porque en Él podemos hacerlo. Por eso se ha quedado entre nosotros. Todos los días puedes encontrarlo, relacionarte y pedirle fuerzas para irte desprendiendo de todo lo que crees que te dará la felicidad y la vida, y quedarte con lo que Él te dice y te propone.
En Él y por su Gracia podemos lograrlo. Podemos empezar a pedirle que nos cambie nuestro corazón e ilumine nuestra razón, para ir cambiando de idea, para ir convirtiendo nuestro corazón en un corazón más humilde, más consciente del sufrimiento de los demás y más generoso para compartir con los que necesitan de nosotros. Tanto lo material como lo espiritual. No nos cansemos de pedirlo, aunque nos parezca que no cambiamos. Tengamos esperanza, confianza y el milagro se irá haciendo cada día en cada uno de nosotros. Amén.
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