No es nada fácil perseverar. Es mucho ya sostenerse en una constante disciplina y diaria oración con el Señor. La presión del mundo te ahoga y te intranquiliza. Los compromisos, los espectáculos, las fiestas, la familia, el consumo, la imagen, los amigos, el ocio, los viajes, el deporte, las aficiones, tu propio afan y egoísmo y un largo etcétera que termina por rompernos la paz y someternos a su ritmo.
Experimento que buscar momentos de oración cuesta, y más cuando lo haces como se fuese algo impuesto. No es lo mismo, al menos me pasa a mí, ir a orar que ir a ver un partido de fútbol u otra cosa. Reflexionar cuesta y estar con Dios también. Pero, cuesta desde nuestra humanidad pecadora y humana, nuestra humanidad pecadora y limitada que no entiende ni llega a experimentar esa grandeza y maravilla que significa estar con Dios.
Porque, Dios no puede ser estrés, ni aburrimiento, ni agobio sino todo lo contrario. Dios tiene que ser ese momento deseado, esperado y ansioso de paz, de gozo y felicidad. Y, como no lo experimento así deduzco que todavía no he llegado a conectar verdaderamente con Él. Claro, nunca lo lograré sin Él. Será Él quien decida manifestarse y darme esa Gracia de gozar y ser feliz contemplándole cuando quiera. A mí sólo me toca esperar y continuar perseverando lo mejor que pueda.
Por eso, Señor, hoy te pido esa Gracia y ruego también a mis hermanos en la fe que visitan este espacio que recen mucho para que Tú, Señor, me concedas y nos concedas a todos esa paz que dinama de Ti. Una paz que necesitamos, para luego llevarla y transmitirla a los demás. Porque lo que no se tiene no se puede transmitir.
Por eso, Señor, hoy te pido esa Gracia y ruego también a mis hermanos en la fe que visitan este espacio que recen mucho para que Tú, Señor, me concedas y nos concedas a todos esa paz que dinama de Ti. Una paz que necesitamos, para luego llevarla y transmitirla a los demás. Porque lo que no se tiene no se puede transmitir.
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