Sé que mi inteligencia no alcanza a entender lo que me dices, Señor. El ser humano no puede negarse a sí mismo, y su naturaleza, por su propio pecado, está limitada para entender que la felicidad se esconde en la renuncia de sí mismo. No puedes ir contra ti mismo y necesitas que la Gracia del Señor te ilumines para que puedas ver y entender.
El Amor de Dios es tan inmenso que nos sobrepasa. No podremos entenderlo nunca y sólo por su Voluntad y su Gracia podremos entenderlo cuando Él lo quiera. Pero, mientras podemos hacer algo muy importante, y es fiarnos de su Palabra y cumplir con sus mandatos. Tenemos con nosotros en nuestro camino al Espíritu Santo que nos irá asistiendo e iluminando en la medida que también nosotros nos vamos abriendo a la Palabra de Dios.
Hay, sin embargo, señales que nos van indicando el camino y que nos dan gozo y felicidad. Y es que cuando experimentamos el darnos y ayudar a quienes lo necesitan, sentimos gozo y paz. Experimentamos que hemos hecho lo que debíamos hacer y queríamos hacer y nos sentimos bien, a gusto, gozosos y en paz. En lo más profundo de nuestro corazón hay compasión, y, aunque también existe el pecado: envidia, soberbia, odio... tenemos siempre un deseo de amar en clave ágape, es decir, en clave de renuncia, de entrega, de olvido de nosotros mismos, de servicio...
Es cuando empezamos a comprender lo que nos dice y manda Jesús. Ser primero equivale a buscar los últimos puestos en los que nos entregamos a servir por verdadero amor - ágape -, y eso es lo que entendemos, Señor, que tenemos que pedirte y suplicarte. Enséñanos a amar, a servir, a darnos y a olvidarnos de nosotros para entregarnos a los demás, incluso a los enemigos. Amén.
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