Nos cuesta entender y comprender. Queremos pasar todo por nuestra razón y lo que no cabe lo dejamos afuera. Bebemos sólo el agua que cabe en nuestro estómago y la demás la dejamos correr y la perdemos. Somos cabezudos, tozudos y de cerviz dura. Indudablemente, no somos pobres, ni nos experimentamos cautivos ni ciegos, y claro, en esas actitudes se hace difícil escuchar y aceptar. Y mientras no seamos más humildes, sencillos, abiertos, pobres y abiertos a escuchar, aprender y, sobre todo a creer, difícilmente comprenderemos nada.
Jesús habla muy claro y nos lo ha dicho: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». Ahora sólo nos hace falta creer. Porque, primero hay que creer y luego, el Espíritu Santo nos irá preparando, asistiendo, auxiliando y enseñando el camino y la verdad. Sus dones y frutos nos fortalecerán y nos prepararán para el camino. No nos quede duda, porque es así y hasta tiene sentido común.
Lo primero es mostrar tu compromiso y luego vendrá, por añadidura, todo lo demás. Aprovechemos este humilde momento de reflexión para, postrados ante el Señor, pedirle con insistencia y humildad que nos ilumine y nos dé un corazón pobre, humilde, necesitado de liberación y con la luz suficiente para ver el camino que nos conduce a Él.
No podemos entender al Señor si no nos ponemos en sus Manos y nos dejamos alumbrar por su Palabra. Es posible que siempre tengamos dudas y oscuridades, pero esa es la fe que se nos pide, la confianza en su Palabra y en el creer que Él es el Señor, el Hijo de Dios Vivo que nos salva y nos redime con su muerte y Resurrección. Amén.
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