Es difícil y solo el oírlo nos pone los pelos de punta, pero no hay otro camino para encontrarnos con nuestro Padre Dios: La pobreza. Porque, en la pobreza nos topamos con la humildad y la humildad nos descubre nuestra verdadera pobreza. Una pobreza que nos reviste de la humildad necesaria para sentirnos necesitados, amados y misericordiosamente perdonados por nuestro Padre Dios.
Y, lo sabemos, nos cuesta mucho ser pobre. No solo de dinero, sino de sabiduría, de poder, de vanidad, de sentirme menos o igual al otro, de suficiencia y de muchas cosas más. Siempre estaré en confrontación con el otro y querré ser mejor que él. Y deponer esas actitudes me va a costar mucho, porque en eso consiste la pobreza y la humildad. Por tanto, no nos queda más remedio que orar y orar pidiéndole a nuestro Padre Dios que nos dé esa actitud de pobreza y humildad.
A este respecto quiero traer aquí una sugerencia o consejo que nos da la Madre Teresa de Calcuta: Si quieren orar mejor, tienen que orar más... La oración nos ayuda a conocer y cumplir la Voluntad de Dios... Dios es amigo del silencio. Tenemos que encontrar a Dios, pero a Dios no podemos encontrarlo ni en el ruido ni en la agitación... Si de verdad queremos orar, por encima de todo tenemos que disponernos a escuchar, porque el Señor habla en el silencio del corazón.
Pidamos al Señor que nos dé esa actitud orante de la que habla Madre Teresa para, abierto nuestro corazón, seamos capaces de abajarnos con verdadera humildad y crecer, por y con la Gracia de Dios, y vivir en su Voluntad tratando de reflejarlo con nuestras humildes palabras y obras en nuestra vida. Amén.