El Evangelio de hoy me destartala y me deja fuera de combate. Soy consciente, Señor, de que necesito de Ti. Mi pobre naturaleza, pecadora y sometida al pecado, me arrastra, me vence e impide que, aunque quiero seguirte plenamente, acercarme a Ti. Experimento que mis fuerzas me flaquean y me siento vencido por mis apetencias y egoísmos.
Entonces, Señor, soy conciente que sin Ti no soy nada. Eso es lo que quiero decirte hoy. Quiero aprovechar la ocasión para decirte que te necesito para que me des las fuerzas y poder seguirte plenamente con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi mente y con todo mi ser. Quiero pedirte que cambies mi corazón egoísta y apegado a los placeres y satisfacciones de este mundo que me impide seguirte de forma plena como a mí me gustaría.
Ahora entiendo a Pablo en la Epístola a los - Romanos 7, 14-20 - cuando habla sobre el poder del pecado que nos obliga a hacer lo que no nos gustaría hacer. Por eso experimentamos arrepentimiento y dolor de corazón.
Confío, Señor, que por tu Infinita Misericordia hagas que mi corazón, fortalecido en tu Espíritu, se haga fuerte y pueda vencer los obstáculos que se me presenta en el camino de mi vida. Soy consciente, Señor, de mi debilidad y de que sin Ti nada puedo hacer y estaré vencido y a merced del demonio, del mundo y de la carne. Por eso, consciente de mi pobreza y pequeñez te imploro, Señor mío, que me des la sabiduría y la fortaleza necesaria para hacer, no mi voluntad, sino la tuya.
Y apoyado y confiado en tus Palabras de pedir y se les dará, buscad y hallaréis, llamar y se les abrirá - Mt 7, 7 - insisto en suplicártelo en la esperanza de que transformarás mi pobre corazón. Amén.
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